jueves, diciembre 13, 2007

Seguimiento de Cristo
en San Juan de la Cruz

Fr. Juan Arias Luna, ocd

1.- Origen y raíz

Brota del amor o enamoramiento de Jesucristo. En 1S(*), considerado como uno de los más exigentes, se enseña que la pretensión de imitar a Cristo es efecto del amor (1S 14,2). El amor es capaz en nuestro caso de hacer suaves los sufrimientos, el místico tiene experiencia de ello (1S 14,3). Cuando se acusa al Santo de ser demasiado exigente con la naturaleza, habría que tenerse en cuenta que no se cansa de repetir al principio del camino que si el hombre se decide de verdad a emprenderlo, encontrará en él grandes consolaciones: "Muy en breve vendrá a hallar...gran deleite y consuelo" (1S 13,7). Siempre que habla de los comienzos, jamás omite la alusión al enamoramiento, como origen del seguimiento de Jesucristo. En el mismo arranque de Cántico predominan esos sentimientos. Los vocablos "Amado", "gemido", "herido" y "salir" sitúan el libro en un contexto de amores, al mismo tiempo que dan razón del abandono de las cosas (Cf. C 1,16). Pero el gemido de la novia no cae en el vacío, hace a su vez gemir al esposo (C 13,9).

2.- Disposiciones fundamentales

El Santo está convencido de que muchos cristianos ignoran las exigencias radicales que implica el seguimiento. Uno de los objetivos de sus libros es precisamente clarificar un tema de tanta importancia: quitar "ofendículos y tropiezos a muchas almas que tropiezan no sabiendo, y no sabiendo van errando, pensando que aciertan en lo que es seguir a tu dulcísimo Hijo"(Dichos prólogo). Y explica enseguida su naturaleza, que consiste en "hacerse semejante a Cristo en vida, condiciones y virtudes y en la forma de desnudez y pureza de espíritu"(ibid.). Hacerse semejante a Cristo implica decidirse a llevar su cruz. El Santo resalta este punto con tal dureza que no deja de chocar con nuestra sensibilidad. Así aconsejará en cierta ocasión a una religiosa: "Crucificada interior y exteriormente con Cristo vivirá en esta vida con hartura y satisfacción de su alma" (Dichos 86).

Ha de quedar solitario en el corazón el deseo de Cristo: "Bástele Cristo crucificado, y con él pene y descanse"(Dichos 91);" ame mucho los trabajos y téngalos en poco por caer en gracia al Esposo, que por ella no dudó morir"(Dichos 93). La esposa quiere responder al amor del Señor, aceptando aquella cruz en la que él le demostró cuánto le quería.

¿Pero cómo llegar a tener estos sentimientos? Es el mismo Cristo quien nos los ha de infundir: "Si tú en tu amor, ¡oh buen Jesús!, no suavizas el alma, siempre perseverará en su natural dureza" (Dichos 30). El camino de la santidad es el camino del seguimiento y en él el único modelo es Jesús: "Nunca tomes por ejemplo al hombre...porque te pondrá el demonio delante sus imperfecciones, sino imita a Cristo, que es sumamente perfecto y sumamente santo, y nunca errarás "(Dichos 156).

Ni un mínimo afecto ajeno al Señor puede vivir en el alma:" Renúncielo y quédese vacío por él por amor de Jesucristo"(1S 13,4). Subida del Monte Carmelo es ascenso a Cristo, así como Noche es su luz deslumbrante, que ciega, hasta que la gracia consiga hacer de nosotros una naturaleza "simílima" a la suya. Cántico presenta la salida en pos de Jesús como un camino de amor: "Buscando mis amores" (C 3,1); y también describe las vicisitudes por las que atraviesa el amor hasta conseguir su madurez.

3.- Conceptos fundamentales sobre el seguimiento

Se inicia con un impulso de la gracia. Subida y Cántico lo entienden como una llamada de Cristo que conmueve lo más íntimo de la persona. Significa salida de las cosas. Pero el seguimiento no se constituye principalmente por la negación o huida del mundo, sino que más bien es preferencia por el Señor. El acento se pone en Jesús, el cual exige que todo el caudal del hombre se ordene a él.

La renuncia, sin embargo, se da, y supone un gran esfuerzo (1S 6-12). Es cierto que el enamoramiento de Cristo impulsa a ese vaciamiento, pero no por ello dejan de conmoverse las mismas estructuras de la persona. Se trata de una verdadera recreación. El seguimiento no es auténtico mientras la renuncia no alcance los centros neurálgicos del ser (1S 8,4). Supone, efectivamente, una lucha denodada contra los propios defectos (C 3,2). Exige también al discípulo el conocimiento de la vida de Cristo, que "debe considerar para saberla imitar" (1S 13,3).

Considerar en este caso equivale a contemplar, reflexionar, a compenetrarse con la existencia de Jesús. No es suficiente que la persona se deje fascinar por el bello programa de Jesucristo, es necesario sentirse herido por su persona. A esto se refiere el Santo cuando habla de la "inflamación de la voluntad": "con ansias en amores inflamada" (1N 11,1). La inflamación combustiona los apetitos, porque surge del amor infuso que Dios mismo derrama en el hombre (C 1,17). Después se da a conocer el origen de esta inflamación, que no es otro que el Espíritu Santo, a quien incumbe ahuyentar la sequedad del alma (C 17,2). El suscita los amores de la amada: "La inflama toda, y la regala y aviva y recuerda la voluntad, y levanta los apetitos, que antes estaban caídos y dormidos al amor de Dios" (C 17,4).

También el Espíritu con su dulce aura refresca las flores del jardín del alma. La inflamación del corazón crece. Primero es un deseo ardiente de amor, después es brisa suave que resucita y pone en movimiento, casi imperceptible, pero muy vivamente, las capacidades del hombre; otras, se siente como vino que enardece y deja sin reposo el corazón de la esposa hasta el encuentro definitivo: " A zaga de tu huella / las jóvenes discurren al camino / al toque de centella / al adobado vino / emisiones de bálsamo divino" (C 25). Bajo la imagen del vino inebriante se esconde el Espíritu, que el Padre envía al corazón de la novia para que anhele a Cristo (C 25,8).

Pero no hemos llegado al final, estamos todavía en la primera llamada de Jesús. Por ahora es suficiente que el discípulo tenga grabada en su mente su única pretensión, que el Santo resume en el siguiente lema: " Guardar la ley de Dios perfectamente y llevar la cruz de Cristo " ( 1S 5,8). El deseo de identificarse con el Señor presupone el conocimiento de su persona y de su vida. De este modo, el Santo pone implícitamente como base de su proyecto el Nuevo Testamento.

4.- Seguir a Jesús por el camino de la cruz

Poner los ojos en Jesús, seguir su camino, es un don de Dios. El seguimiento de Jesús tiene como punto de partida la invitación que El hace al creyente para que recorra su camino, “haciéndose semejante a El en vida, condiciones y virtudes y en la forma de desnudez y pureza de su espíritu “(Dichos prol.). Esto no se realiza sino a través de la cruz, que purifica e identifica con Cristo. Definido, en su existencia concreta, histórica, Dios-con-nosotros, el Crucificado, el hombre que no se pertenece, aparece como “camino de hominización” para el creyente. El, que “es harto viva imagen de Dios” (3S 36,3), y "conocedor de su condición" (3S 44,4), deviene, en cuanto imagen nuestra, camino de plenitud.

Esta centralidad de Cristo y de su seguimiento lleva al Santo a insistir continuamente en sus escritos en la necesidad de seguirlo "hasta el calvario y sepulcro"(Dichos 176), y hacerse semejante a él en todo. El seguimiento de Jesús no se realiza a través de un moralismo sofocante y engañador.

El Santo critica este moralismo por insuficiente y superficial; porque olvida la purificación profunda (1S 8,4; 2S 7,5). Frente a esto, o mejor, como raíz que sustenta y da valor a todos esos "ejercicios", propone su comprensión del "camino de la cruz del esposo" que es la desnudez espiritual (C 3,5), "el saberse negar de veras...dándose al padecer por Cristo y aniquilarse en todo "(2S 7,8).

Es la noche pascual que no se da al margen de la vida y de la historia; que se vive en el empeño por llevar a la práctica lo que el Padre nos ha revelado en su Hijo asumiendo la cruz de la abnegación evangélica. En el padecer que trae consigo la fidelidad a Dios y a la propia misión es donde el ser humano se va haciendo semejante a Jesús, "Dios nuestro, humillado y crucificado"(Carta 23).

Por ello "todo espíritu que quiere ir por dulzuras y facilidad y huye de imitar a Cristo, no le tendría por bueno" (2S 7,8). A la luz de la doctrina de nuestro Santo contemplemos a Jesús, fiel al proyecto del Padre y al anuncio del Reino. El nos orienta para poderlo seguir en el hoy y en el aquí de nuestra historia de creyentes comprometida en la nueva evangelización, ligada al sufrimiento y a la cruz como fuente de vida y de resurrección. La negación de nosotros mismos en la fidelidad a Jesús-camino, siguiendo su camino, nos exige determinarnos "de veras a querer hallar y llevar trabajos en todas las cosas por Dios" (2S 7,7).

(4-VII-2003)



(*) S = "Subida al Monte Carmelo", obra fundamental de San Juan de la Cruz, escrita aproximadamente desde 1578.

Guayaquil: Festival Navideño

“Celebremos con jubilo que Cristo ha nacido”

Organizan:

Pastoral Juvenil de la Zona Centro de la Arquidiócesis de Guayaquil.

Frase:

“Os anuncio una gran alegría, ha nacido el Salvador el Mesías” Lc. 2, 10

Lema:

El mismo Jesús que nació en Belén, quiere nacer hoy en tu corazón

Fecha:

Sábado 15 de diciembre, 2007

Lugar:

Patios de la Escuela “García Moreno”, contigua a la Iglesia “Nuestra Señora del Carmen”

Hora:

15:00

Objetivo general:

Celebrar la Navidad en la Pastoral Juvenil Zonal de la Vicaría del Centro de una forma renovada y auténticamente cristiana, a través de un Festival reflexivo, que invite a los presentes a una interiorizar el significado real del nacimiento de Cristo, para que sean portadores de este mensaje en sus hogares, lugares de trabajo y estudio, y en sus respectivos grupos, y así lograr transformar la versión comercial y pagana por una autentica celebración cristiana navideña.

Objetivos secundarios:

- Fomentar la unidad e integración de las comunidades juveniles de la Vicaria de la Zona Centro

- Favorecer en la práctica del trabajo en conjunto de los grupos de la Pastoral Juvenil de la Zona Centro

- Celebrar la navidad de una forma renovada dentro de los grupos juveniles en sus respectivas parroquias.

miércoles, diciembre 12, 2007

Las virtudes teologales
en San Juan de la Cruz

Fray Juan Arias Luna, ocd

I.- Dios se comunica en Fe (2S y 3S)[1]

San Juan de la Cruz está hablando directamente con Dios vivo y verdadero, cuando habla de la fe. En ella, Dios se comunica tal como es: cercano, infinito, deslumbrante. En ella, recibe el hombre una capacidad insólita e inmerecida para acoger el misterio revelado y vivir desde él la propia existencia y la historia.

Tiene el Santo palabras de verdad y de vida, cuando toca el abismo de la fe. Ha encontrado luces en la lectura bíblica, en la contemplación de los misterios, en experiencias gozosas o dolorosas, que sólo en parte conseguimos entrever. En el campo de la fe, sin pretenderlo, escribe autobiografía.

1.1. Dios en fe: Misterio

El interés y la riqueza de la fe arrancan de su identificación con el misterio de Dios vivo y personal, que se comunica en Cristo (Cf. C 1,10; 12,4; 2S 29,6;9,1). Afán primordial de Juan, en materia de fe, es afirmar que centro y origen de todo es Dios vivo y personal. El es quien libremente se manifiesta y comunica, buscando comunión con el hombre. Dios es sujeto personal activo de la revelación, antes y más que objeto de la mirada o de la búsqueda del hombre (Cf. C 12,5).

Dios se comunica como El es, y así se convierte en el encanto y el tormento de la fe. El encanto, por su infinitud, bondad, hermosura. A través de los hechos y palabras de la revelación, se manifiesta comunicativo y asequible. Atrae y colma la mente y el corazón. Pero revelación quiere decir presencia de amistad, no evidencia visual o intelectiva.

Dios se ha revelado, pero no se ha desvelado. Sigue envuelto en el misterio de su grandeza insondable. Las mismas palabras que utiliza para revelarse, hablarnos de su ser y de sus designios, son las mismas que usamos nosotros para designar cosas humanas que no guardan mucha semejanza con El. Por más que se explica, aún no hemos llegado a entenderle. Aunque se manifiesta, sigue siendo invisible. De ahí el tormento de la fe.

Ese modo de ser y de obrar de Dios al Santo le resulta desbordante, pero no incómodo. Siente la trascendencia de Dios como mayor plenitud divina de la comunicación del hombre. La oscuridad le resulta un efecto marginal y tolerable porque es la garantía de que el Dios vivo rebasa todo pensar e imaginar del hombre. Si alguien le prometiera claridades plenas sobre Dios, quedaría defraudado en su íntima comunión con él. No sería el Dios en quien cree. Un Dios reducido, abaratado, de proporciones humanas, no le dice nada al entendimiento ni al corazón. Prefiere el Dios vivo e inmenso, aunque tenga que sufrir el dolor, que para él es gozo, de la trascendencia (C 1,12).

Sin despreciar nada de lo que puede comprender con sus pobres luces, el creyente sabe que Dios es más, infinitamente más. Y en sus relaciones, cuenta con ese más, que es Dios es su íntima realidad.

1.2. Fe en Dios: Actitud

En perfecta correspondencia con el misterio que se revela, ha puesto Dios en el hombre una capacidad proporcional de acogida; es también la fe. En fe se comunica y en fe es recibido. Contemplamos ahora la misma realidad del misterio desde el lado nuestro. El santo acentúa con igual fuerza el contenido de misterio y la adhesión personal y existencial, es decir, el aspecto dogmático y el contemplativo.

“La fe, dicen los teólogos, que es un hábito del alma cierto y oscuro”(2S 3,1). Clásica definición escolástica que el Santo repite, aun cuando no la analiza en todos sus términos. Por exigencias del contexto purificativo, el autor ha desarrollado desmesuradamente el aspecto de OSCURIDAD. En este momento, pretende reeducar a los cristianos crédulos o pensadores, que identifican sus construcciones mentales con el mismo Dios (3 S 12,3). El error no está en tener ideas o imágenes sobre Dios, sino en “pensar” que esas ideas corresponden fielmente a la realidad de Dios. Entonces el hombre acaba creyendo y amando sus propias ideas.

Sus oscuridades se refieren al misterio, a la comunicación de vida, a comunicaciones de profunda verdad y belleza. Por eso habla del ABISMO de la fe, donde Dios vivo nos interpela íntimamente. La fe es oscura porque nos revela cosas interesantísimas y fundamentales de un mundo totalmente nuevo. No disponemos de base intelectual para la comprensión porque esas realidades no guardan semejanzas con nuestras percepciones sensibles, ni con las construcciones sucesivas de la imaginación o del entendimiento. Dios mismo se revela en la Biblia o lo hace en términos humanos, pasando por el tamiz de una sicología humana y una cultura histórica. Dios mismo, al revelarse, sigue afirmando que es más que todo eso. De este modo, en la fe revelada coexisten juntas luz y tinieblas. Se sirve de la analogía consciente de que también ésta sufre de la misma limitación (Cf. 2S 9,1.4).

Aquí entra el segundo rasgo de la fe: SEGURA. Va más allá de la certeza intelectual. Observando la actitud en Noche podríamos aplicarle los términos más personales: confiada, amorosa, valiente. Así es la fe oscura de Juan. La insuficiencia de sus “conocimientos” no la acobarda, ni la retrae, temiendo precipitarse en algún hueco infinito. Al contrario, se lanza con mayor ímpetu, no al vacío, sino al abismo del misterio.

Para dar este paso, la fe despliega una de sus capacidades más fundamentales: el AMOR. La fe teologal está hecha de amor en su mayor parte: como el amor teologal está hecho de fe. A medida que aumenta la oscuridad nocturna y se pierden claridades intelectuales, el creyente va poco a poco desplazando el eje hacia el amor:”sin otra luz y guía/sino la que en el corazón ardía/ Aquesta me guiaba/más cierto que luz del medio día”…No se trata del amor ciego, sino del amor que trae luces nuevas, intuiciones. Así va pasando de la ciencia a la “sabiduría” que es conocimiento sabroso de la realidad.

“Contemplación” denomina el Santo a la manera de fe calificada, fundida en amor, “en que de secreto enseña Dios al alma y la instruye en perfección de amor”(2N 5,1). Conocimiento en amor es el ideal de la fe. Su proyecto es llegar a “la contemplación que se da en fe, en ésta habemos de poner el alma; encaminándola a ella”(2 S 10,4).

1.3. Jesucristo, Palabra de Dios (2S 22)

Jesucristo es el centro y la síntesis de toda la acción de Dios. Todo se vive y se interpreta desde El. Imaginamos la importancia de este hecho para la vida de la fe.

En 2S 7 anticipa algún fragmento: Jesucristo camino. La palabra de Jesús invita al seguimiento, el hecho de su muerte en cruz enseña a vivir la fe, el amor y la esperanza, en generosa entrega y desposesión; a pasar de las palabras a los hechos reales.

Según 2S 22: en medio de tantas manifestaciones particulares como narra el AT, Dios mantiene todo su misterio y oscuridad. En este clima llega la respuesta frontal. Dios ya no habla ni se revela por “vía sobrenatural” porque ha pronunciado la Palabra total y única, y se ha manifestado plenamente en la persona, vida, palabras de Jesucristo. Y todo esto lo tenemos a nuestro alcance y disposición por “vía natural” (cf. 2S 22,3s).

Ahí está la clave del misterio y de su interpretación. Estamos en una nueva economía de fe y de trato con Dios: “Porque la hora en que Cristo dijo en la cruz ¡consummatum est¡ cuando expiró; que quiere decir: acabado es; no sólo se acabaron esos modos, sino esotras ceremonias y ritos de la Ley Vieja (2S 22,7).

1.4. Existencia creyente

La mediación de Cristo se prolonga en una economía sacramental, que encarna lo divino en formas normales de existencia humana. El hecho resulta paradójico. Después de haber exigido con tanto ahínco la desnudez de imágenes e ideas para llegar al encuentro personal con Dios en fe, ahora vuelve a echar mano de todos los medios y recursos humanos: la Iglesia, los ministros, los sacramentos, las fórmulas de fe, la palabra del hermano, la razón natural,…

Como punto de partida, margina lo extraordinario en la existencia del creyente que vive el Evangelio (cf. 3S 31,8s). A la vez establece la norma positiva (cf. 2S 22,7.9; 21,4). Es optimista y se contenta con los medios ordinarios a su disposición: Jesucristo y su evangelio, la Iglesia y los sacramentos, la palabra del hermano. Son “muy bastantes” para llevar una existencia muy a gusto de Dios y de los hombres.

Coloca en primer lugar la mediación de la IGLESIA. Figura en le prólogo de sus libros como intérprete auténtica de la Biblia, como fuente de experiencia y doctrina. Ella es también la que ordena y garantiza las mediaciones, como el uso reverente de imágenes (3S 15,2); es la encargada de disponer la liturgia (3S 44,3). La escuchamos cuando nos transmite la palabra de fe (2S 29,12).

Sorprende el papel relevante que le asigna a la RAZON NATURAL en el desarrollo de la vida de fe, tras la devaluación a que sometió las ideas y los razonamientos. Desvirtúo antes la razón, cuando ésta se presentaba en contraste con la fe, a la que corresponde una dignidad superior. En cambio, la luz natural que ahora ensalza, iluminada por la doctrina evangélica, se contrapone al sentimiento y al querer guiarse por vía sobrenatural, que son de calidad muy inferior.

Surge la PALABRA y COMPAÑÍA DEL HERMANO como mediación valiosa en el trato inmediato con el Señor. Prolongan el mismo principio de la nueva economía sacramental inaugurada en Cristo.

Llegamos, por último, al terreno privilegiado de ejercicio y prueba de la vida: la vida, la existencia real, la historia actual. Es difícil descubrir la mano de Dios en situaciones duras, en que ocupan todo el primer plano las manos y las pasiones de los hombres. Las mediaciones humanas son ricas y sugestivas. Pero son también las más apasionadas para el apego y la repulsa. Tuvo Juan numerosas ocasiones de vivir la mediación humana en su aspecto doloroso. Durante los últimos meses de su vida, fue objeto de marginación y calumnia. A una religiosa que le escribe mostrando su disgusto responde con sencillez teologal (Ep.25). La carta siguiente lleva un texto parecido:”Estas cosas no las hacen los hombres, sino Dios, que sabe lo que nos conviene y las ordena para nuestro bien. No piense otra cosa que todo lo ordena Dios; y adonde no hay amor, ponga amor y sacará amor” Una fe de esa calidad que engendra amor se obtiene sólo por vías teologales. Lo sabía Juan (2S 21,5).

II.- La Esperanza (3S 1-15)

Aunque el Sto. no se detenga mucho en el desarrollo de la esperanza, se refiere a ella en casi todas sus páginas. La búsqueda de Dios surge de una esperanza secreta, todavía no colmada. Tal actitud se halla estrechamente unida a la fe; ahora bien, si la fe nos presenta a Dios, distante de toda representación, la esperanza tendrá por objeto una posesión que trasciende la fantasía y la memoria (cf .3S 2,3).

2.1.- Estructura básica de la esperanza

3S 2,3 es una magnifica descripción de esta segunda virtud teologal. El texto citado nos conduce. al interior de la esperanza, que viene a confundirse con Dios mismo. Esa es la razón por la cual la esperanza, que se concreta en posesión con límites y horizontes, no es verdadera o, si se prefiere, no queda abierta a sus posibilidades esenciales. Ella apunta a lo que clásicamente se ha llamado el Bien Sumo (3S. 15,1).Nuestro autor tampoco olvida el dinamismo psicológico del esperar (cf.C 1,14). La esperanza es también reflejo del amor que bulle en el corazón (ib).

Al igual que la fe, el gemido de la esperanza acompaña ininterrumpidamente al hombre-peregrino. Incluso se acre­cienta en medio de las grandes comunicaciones del Amado. Por otra parte, es signo de que el corazón suspira por la posesión definitiva (Ll 1,27).

La esperanza verdadera es aquella que es PURA Y ENTE­RA (3S 7,1).Unida a las otras dos virtudes teologales for­ma el traje nupcial y guerrero de la novia, que atraviesa el ejército enemigo en busca del amado sin peligro al­guno (2N 21,8). Esta coraza la defiende del mundo; la esperanza trasciende las realidades terrenas al poner los deseos en los bienes que no se ven. Pero no pensemos con esto que el autor minusvalora las cosas. Al fijar la me­ta en Jesucristo, hace que la tensión del corazón se dirija hacia arriba. La esperanza pone en marcha el dinamismo del hombre, orientándolo hacia el encuentro.

La esperanza se llama ENTERA si vacía de toda preten­sión distinta de Dios y pone el corazón en él solo (cf.3S 3,3).Así, con razón sostiene el Santo que el camino hacia al Amado se realiza "por fe en esperanza"(3S 13,9). La fe tira de la esperanza, y ésta, cuando es "entera", presu­pone la actuación de aquella. La fe no alcanza su pureza hasta que no se ha perfeccionad o la esperanza. En este sentido el cristiano puede ser definido como el que "tiene lumbre de fe, en que espera vida eterna"(3S 27,4).

La esperanza siempre es de lo que no se posee, porque, si se poseyese, ya no sería esperanza (2S 6,3). Ella da la medida espiritual del alma. Es el arma secreta de la oración, ya que "se agrada tanto el Amado del alma (que vive en esperanza), que es verdad decir que tanto alcanza de él cuanto ella de él espera"(2N 21,8). Indicio de santidad y signo de enamoramiento son rasgos intrínsecos a la esperanza (cf. 1S 6,6).

2.2.- Cristo ahonda los espacios del corazón

La esperanza se orienta primordialmente a la trans­formación en Cristo. Así lo resalta la estrofa 38 de Cántico. Dios antes de crear al hombre lo predestinó para la glo­ria. He ahí la dinámica de la esperanza: suspirar por lo prometido. La promesa alcanza su cumplimiento en el desposorio con Cristo, pasadas las tormentas de la no­ches, cuando, escondido en las profundidades del Amado Cristo, guste los misterios de Dios.

La esperanza llega así a su consumación. El vacío, no tenía otra finalidad que disponer para esta posesión de Jesucristo y de las personas divinas .El ansia de Je­sucristo es una de las notas que mejor clarifica la es­peranza sanjuanista(C 6,6). La persona ansia a la persona, la esposa al esposo, el alma a Dios. Anhelos de muerte con mueven a quien vive en plenitud la esperanza. Los miste­rios de la Encarnación han dejado llagada a la novia, pero no la han consolado con la plena posesión (cf.C 7,6).

Son ansias que conmueven todo el ser (C 9,1: ciervo se­diento). Aun la misma fe, al no ser todavía visión clara, no logrará aquietar del todo el corazón. En medio de los sufrimientos de esta espera teologal, Cristo se hace presente. .La esperanza madura deja la mirada libre para contemplar a aquel que se ha convertido en la "lumbre de sus ojos"(C 10,9).

La esperanza pone en movimiento todos los resortes del corazón (Ll 1,27). Las ansias se aquietan un tanto en el matrimonio, aunque la experiencia sigue envuelta en la fe (cf. .Ll 3,68). Durante el desposorio, sin embargo, su intensidad se muestra de manera singular (Ll 3,26). Ha sido el E.S. el que ha arrancado del corazón de la esposa to­do deseo terreno, orientando sus aspiraciones sólo a Cristo.

2.3.- La esperanza como gemido

"La ausencia del Amado causa continuo gemir"(C 1,14). Y como quiera que esta ausencia no se remedia hasta la llegada del encuentro, solo entonces cesa el gemido. En el matrimonio no desaparece la esperanza, pero se amorti­guan sus ardores; mejor dicho, son más profundos, pero menos perceptibles. Entonces Dios se revela en los sem­blantes plateados de la “fonte". La esperanza ha abierto en el corazón una oquedad para el misterio. Esta herida no se sanará sino con la visión facial(C 1,14).

Las ansias del hombre llegan al corazón del mismo Dios. Ya al comienzo de Cántico se nos habla de los deseos, afectos y gemidos como del hálito que la sustenta en el destierro. Varias veces recuerda el autor la repercusión que ellos producen en Cristo (C 13,9; 1N 11,1). La esposa percibe que sus mismas contexturas antropológicas se re­sienten ante la presencia del Amado que llega. Se siente movida por una fuerza interior que la sobrepasa y arras­tra hacia Dios (2N 13,5).

III..- El Amor (3S 16-45)

3.1.- Cristo Esposo

Es indudable que la obra sanjuanista tiene estructura trinitaria, pero el encuentro con la Trinidad se realiza en el Hijo de Dios. El afecto del hombre recae directamente en Jesucristo, en quien el Padre, mediante el Espíritu, nos ama y le amamos. El Esposo, al que se inclina el amor del hombre, es Jesucristo(C 3,1;1,2; 2N 21;19,4). En 1S 14 el amor de Cristo es quien pone en movimiento al cristiano y le impulsa a salir en su búsqueda.

3. 2.- Elementos fundamentales del _amor

En su unión con Cristo, el hombre pregusta la predilección infinita que Dios le ha reservado(C 27,1). Ante la mirada de Juan todo en Dios se torna amor (cf.C 19,6).Cuando la novia logra descubrirlo, se muestra atrevida(C 34,1). Por eso, cree el místico que el mejor lenguaje para expresar el ágape es el nupcial cristológico (cf.C 35,1).

El afecto a Cristo sigue creciendo irresistible. El ansia se acrecienta tanto que la esposa cree que sólo pue­de sosegarse escondiéndose en su pecho. C 37 expresa esos deseos vehementes de ocultarse en las subidas y profundas cavernas de la piedra, que es Cristo, para gustar allí la sustancia del misterio de Dios. El amor toca el mismo fondo del hombre,"hiere en la sustancia del alma"(2N 13,3)

Pero no se piense que el amor se identifica con al­tas experiencias, gustos u otro tipo de consolaciones (Di­chos 119). Su naturaleza se explica por su tendencia ex­clusiva a Cristo. Es eminentemente 'personalista (2S 5,7); su premio es la persona misma que se ama (cf. C 29,11).

El amor hasta no alcanzar su meta está en continuo movi­miento. Encuentra en Cántico su expresión, más completa; es salida, marcha, gemido, búsqueda, encuentro, herida, fue­go y llama. De esta última imagen; se servirá el autor para darnos a conocer sus primores.

Si así es su naturaleza, cuál no será su poder. Vence la terrenidad de los sentidos (cf.1S 14,2; 2S 1,2), pone en movimiento al alma en pos de Cristo y, trascendiendo las cosas, la arrastra hacia él.

Mirando al interior del amor se descubren en él tres propiedades: gozo, sabor, ansias incontenibles de aseme­jarse a quien ama y deseo de conocer su misterio (cf.C 36,3). También posee lo que el Sto. Llama "primores". Ama a Dios por Dios, al hacerlo por el E.S., que es quien le infunde en el corazón. Por eso, cuando es puro, alcanza el in­terior mismo de Dios. Así ama a Dios en Dios. El último de los primores se refiere a que nos permite amar a Dios por lo que Dios es en sí mismo, no por su comportamiento con el hombre (cf.Ll 3,82). Pero hasta llegar aquí han sido precisas incontables purificaciones (3S: purificación ac­tiva del amor).

Según su potencialidad, produce mayor o menor ardor; pero siempre abrasa (C 25,5). Es el fuego uno de sus sím­bolos más apropiados, con él se expresa casi plásticamen­te su continuo movimiento y la dilatación que produce en la persona a quien "inflama", haciéndola salir de si, lejos de su egoísmo, para expandirse más allá de su círculo, abriéndose de par en par a lo universal.

El famoso fenómeno de la transverberación (cf. Ll 2,9-13) se orienta a avivar el fuego del amor. Con no ser el de más alto grado, el místico ha recargado las tintas al explicarnos su naturaleza.

La intensidad del amor es mayor cuando está alcanzando su madurez (Ll 1,34). Aunque no sea tan intenso, siempre se halla en movi­miento, conmocionando lo más íntimo del hombre y estre­meciendo sus fibras (cf.Ll 1,8). Exige inmediatez(C 11).Su llaga no se cura si no es con la presencia de quien se ama. Pide respuesta y no sufre dilaciones; es impetuoso y no permite tardanza; no sosiega hasta reposar en la persona amada. A pesar de tanta actividad y movimiento no "cansa ni se cansa"(Dichos 101).

3.3.- ¿Qué es el Amor?

No pretendemos definirlo, sino sólo señalar sus cua­lidades más relevantes. En cierto sentido es más poderoso que el mismo Dios (C 32,1).Todo cuanto el hombre consigue de Dios tiene su origen en el amor (cf.C 1,13).

A él van encaminadas la meditación y la interioriza­ción cristianas (cf .2S 14,2). Es el gozo verdadero del hombre, creado por amor, redimido por él y siempre rodeado por su fuerza. La satisfacción humana última se encuentra en él (3S 27,4). En el amor se encierra todo (2S 22,19). Es el amor la mejor joya de Cristo(C 29,2). Es el valor supremo (2S 29,5) y la meta del hombre.

Es dulce y doloroso (cf..C 9,1-3); llaga sin tratar y ro­ba sin arrebatar. Es impulso, elevación, atracción, con­vulsión, llama,"porque el amor es fuego, que siempre su­be hacia arriba, con apetito de engolfarse en el centro de su esfera (2N 20,6). Siempre en continua tensión hacia Dios (Ll 1,8). Es fuerte como la muerte (cf.2N 19,4). El de­seo de Cristo se ha constituido en raíz del hombre; de ahí el ansia del encuentro. Es superior a todo (Dichos, prol.) Es el origen, el camino y la meta del proceso espiritual (C 24,7).

3.4.- Sus efectos

La caridad produce vacío en la voluntad de todo afecto, cuya raíz última no sea Dios (cf.2S 6,2-4). A ella le incumbe purificar todos nuestros amores (cf.1S 2,2). En realidad, la caridad no produce vacío, pues nos dona al mismo Dios. Pero sucede que al no hallarnos suficientemente dispuestos para recibir tal don, la voluntad queda como oscurecida por su incapacidad de captarlo. Así se va purificando y capacitando para un día gustarlo (3S 16,1).

Es el amor el que capacita al alma para ser esposa y comportarse corno tal (cf.2N 21,10). Iguala a los amantes; es causa de nuestra semejanza con Cristo y realiza el matrimonio con él (C 28,1).

La caridad teologal produce tal sed de Dios que nadie puede apagarla fuera de él. Sed ardiente de persona, de tú divino, que deja al hombre trascendido, con deseos ina -pagables y con ansias inextinguibles de agua y manantiales (2N 11,5). A pesar de ello, causa “inestimables deleites" (1N 1,1). Con el amor se consigue el objetivo de la ora­ción, que se torna eficaz si se hace desde él, y es perfecta si es total y pleno; "de Dios no se alcanza nada si no es por amor" (C 1,13).

3.5.- Sus grados

Los grados del amor los toma nuestro autor de la doctrina medieval (Helvicus Teutonicus) y los desarrolla en 2N 19-20. El amor hace enfermar al alma, buscar a Dios sin cesar, la mueve a actuar con calor, sufrir sin fatigarse, apetecer a Dios impacientemente, correr ligeramente hacia él, atreverse con vehemencia; finalmente, la asimila a Dios.

3.6.- Cristo, origen del amor

Ya al comienzo Juan advirtió a sus lectores que para conseguir la meta propuesta el hombre debe despojarse de sus apetitos, quedándose únicamente con el de seguir e imitar a Cristo (cf.1S 15,8).

También en la famosa “oración de alma enamorada" concentra todas las ansias en el Señor (Dichos,29). En Cristo, Dios y el mundo se han encontrado; por eso el místico puede repetir saboreándolo: "Cristo es mío y todo para mí " (Di­chos, 31 ).

Este Cristo está dentro de nosotros, aunque no percibimos su presencia, por no decidirnos a aceptar su conse­jo de anonadamiento. Más él está ahí, en espera de este momento. Cuando llega se deja sentir de muchos modos. Desde nuestra misma raíz Cristo nos da consistencia. Pero tam­bién se halla fuera de nosotros. Está en las cosas, que el Padre miró con la figura de su Hijo, dejándolas vestidas de hermosura y dignidad (cf .C 5,4). Al igual que, me­diante la encarnación y la resurrección, la creación se vistió de la belleza de Dios, ahora el Esposo que se oculta en el seno del alma quiere transformarla más íntimamente en él. Deseo que, ilusionada, le recuerda la novia (C 36,5). Desde estos presupuestos se comprende que para Juan la actividad de la amada se resuma en moverse en amor y por amor. Dios, al final, sólo reclamará amor: “A la tarde te examinarán en el amor” (Dichos 64).

BIBLIOGRAFÍA

- Ruiz, Federico, Místico y Maestro: San Juan de la Cruz, EDE, Madrid 1986, pgs.167-178;

Castro, Secundino, Hacia Dios con San Juan de la Cruz, EDE, Madrid 1986, pgs. 67-73.75-83.


[1] S = "Subida al Monte Carmelo", obra fundamental de San Juan de la Cruz, escrita aproximadamente desde 1578.