martes, mayo 01, 2007

Recla del Carmen: Ficha 2
La Espiritualidad de la Regla: La Regla vivida e interpretada por Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz

Juventud Carmelita Ecuatoriana, Jucae

La Regla del Carmen:

Perspectiva, Espiritualidad y Relectura

Compilación y adaptación: Juan Arias Luna ocd

Ficha 2

La Espiritualidad de la Regla: La Regla vivida e interpretada por Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz

2.1. Jesucristo

Dos dimensiones complementarias nos ofrecen nuestros padres Teresa de Jesús y Juan de la Cruz de la Cristología:

a) Cristología “descendente”: Jesús, revelador del Padre. Don total del Padre a la Humanidad. Léase bajo esta perspectiva los Romances. “Prenda” del amor del Padre, “única palabra” del Padre, el “Todo” de Dios, don irreversible” de Dios, mina insondable, misterio siempre “escondido”. Toda la fe ha quedado definitivamente “fundada” en Jesús (2S 22, 7). En este mismo capítulo explícita y repetidamente nos exhorta Juan: “pon los ojos sólo en él”, “óyelo a tu bien”. Actitud fundamental del cristiano

b) Cristología “ascendente”: Jesús, revelador del “hombre nuevo”. La más largamente expuesta por los dos doctores de la Iglesia, identidad del cristiano: “Den a entender lo que profesan que es a Cristo desnudamente; Dios no ha podido darnos mayor “regalo” que una vida que sea conforme a la de su Hijo, clave de lectura no sólo de Moradas sino de todos los escritos teresiano-sanjuanistas. “EL Crucificado”, abierto al Padre de quien recibe todo, y a sus hermanos a quienes comunica todo lo que recibe. “Esclavo de Dios..., y de todo el mundo..., como lo fue Él, Jesús. “Crucificado, el hombre que no se pertenece: “El que nunca tornó de sí”, “El que hace algún caso de sí no se niega ni sigue a Cristo”. Cristo se negó a sí mismo, no fue centro de sí.

Juan de la Cruz nos ha dejado un capítulo antológico: 2S 7, clave de lectura de todo el proceso de purificación en el seguimiento de Jesús, escrito como réplica a “algunos espirituales”, de quienes es muy poco conocido Cristo, y expresa la fundamentación cristológica de su propia doctrina. Junto con el pletórico verso “entremos más adentro en la espesura” (Cánt 36): entrar con Cristo en la espesura de la pasión y muerte para entrar con él en la espesura de la vida y resurrección.

Una y otro insisten en la centralidad de Cristo-hombre: quien lo traiga presente, “yo le doy por aprovechado”. Él encabeza sus primeros “avisos” para iniciar bien el camino con el “traiga un ordinario apetito de imitar a Cristo...” (1S 13, 3). Y la culminación del proceso espiritual es participación plena en la filiación de Cristo, “unión hipostática” y la unión del creyente con Dios.

2.2. Palabra de Dios

La Biblia es la historia de la experiencia de Dios de un pueblo, abierta indefinidamente. Los fundadores del Carmelo Descalzo son espléndidos testigos de esta historia a nivel personal. Estos puntos pueden sintetizar su aportación a la Palabra de Dios vivenciada por el creyente:

a) Centralidad de la Palabra de Dios en el camino de cristificación. Afirmación ampliamente recogida por Teresa. Nadie puede ser excluido de la lectura de la Palabra. Experiencia “mística” teresiana de la comprensión de la Palabra de Dios.

b) Comprensión sapiencial de la Palabra. Criterio de comprensión “sapiencial” de la Biblia, la vida y el amor.

c) Necesidad del contraste de la experiencia personal con la narrada en la Biblia. “Canon de la verdad”, “porque en ella habla el Espíritu santo”. “Ve aquí [en la Biblia] pintada su seguridad”; “entendió ir bien guiada su alma”. Es el contraste con la Biblia, no con su teología, lo que pide a los letrados; “me aseguraba con la Sagrada. Escritura. “Ella no quería sino saber si eran conforme [sus experiencias] a la Sagrada. Escritura; “ninguna cosa han hallado [en su experiencia] que no sea muy conforme con la Sagrada. Escritura”. Interesantes los prólogos del Santo a Subida, Cántico y Llama y en su discurso sobre “el estilo que Dios lleva” en su relación con los creyentes con el siguiente principio: “habla Dios [en la Biblia] según lo principal, de Cristo y sus secuaces.

d) “Necesidad” de “decir” su experiencia con la palabra bíblica. Ejemplo supremo el Cántico espiritual sanjuanista, “vaciado” pero desbordándolo y ampliándolo con el Cantar de los Cantares, y tantos pasajes de su prosa. Sobrepasa las 1800 citas bíblicas. Aun en Teresa logra en Moradas una redacción empedrada de testigos y palabras bíblicas.

e) Necesidad de interpretar la lectura bíblica y autentificar la propia experiencia eclesialmente. Es, como hemos dicho, lo que busca Teresa en el diálogo con los “letrados”, o las constantes referencias sanjuanistas a lo que habla “el Espíritu Santo” en la Biblia, pero siempre sujetándose “al mejor juicio y totalmente al de la santa madre Iglesia”.

2.3. Oración

Experiencia abundante y abundantemente calificada de la centralidad de la oración en la vida carmelitana. Con la patente de origen: “Trato de amistad” (V 8,5), expresión de vida teologal. En la oración cuentan esencialmente las personas en relación, no las sensaciones psicológicas, los estados de ánimo, ni siquiera los fenómenos místicos auténticos. “Lo vivo de la oración”, el recogimiento en el Otro. De aquí la exhortación constante, encarecida: “mire que le mira”, “no os pido más que le miréis”, atención “a la viva imagen”, Cristo, y en vivo templo del interior.

Escuela de verdades, la de Dios y la del orante “y cómo haré que mi condición conforme con la suya”, con una fuerte dimensión teologal: “ya no somos nuestros sino suyos”, firme voluntad de “contentarle a él”. Lenguaje de amor, condición de Dios, único lenguaje que Dios entiende. Encuentro interpersonal dinámico y transformante.

Cuando Teresa inicia la pedagogía de la oración se refiere explícitamente a la exhortación de la Regla de “orar noche y día” o “sin cesar” (C 4, 2), en la que ve resumida su vida de carmelita. Dice que va a hablar de “algunas cosas necesarias”, que son de la misma constitución”. Consigna pedagógica: “La verdad te hace libre para amar”. Así trata de formar un yo relacional, el yo orante, en línea con el principio que ya había enunciado: “para que sea verdadero el amor y que dure la amistad hanse de [tienen que] encontrar las condiciones” de los dos, Dios y el creyente. Nuestro Santo subraya con insistencia la constitución del yo teologal, capaz de orar bajo todas las temperaturas. Dios mismo no mira otra cosa que la fe del que ora. Vale la oración en cuanto vivencia teologal, expresión de amistad y comunión, relación interpersonal.

Este principio debe tenerse en cuenta en la pedagogía del acto de oración, exigencia intrínseca de la oración-amistad, vida teologal. Principio también de discernimiento, así como para el contenido de la oración, lugar, tiempo, etc:”mirar en lo que aprovecha más”. Y Juan de la Cruz nos ha entregado preciosas orientaciones sobre los “medios” o “instrumentos”, contemplados siempre a la luz de la esencia de la oración: “para negocio de trato tan interior como este [de la oración]”, “aquel [lugar] se ha de escoger que menos ocupe y lleve tras sí el sentido”, “para que el espíritu sólida y derechamente vaya a Dios”. Acomodándose al orante concreto y a su proceso personal; y a la misma naturaleza de los “medios”: “no detenerse en el medio y motivo más de lo que basta”.

2.4. Trabajo

Ni en Teresa ni en Juan de la Cruz entra el trabajo en sus escritos doctrinales y, menos, como un elemento que caracterice el carisma. Sin embargo, ella vuelve sobre el tema con relativa frecuencia en sus cartas y en los escritos que regulan más directamente la vida ordinaria de las carmelitas. Y ha alargando el círculo destinatario de sus consejos a los descalzos. Justamente, refiriéndose a éstos, dice que es “importantísimo para los descalzos”, “que se ponga mucho (=que se insista) en el trabajo de manos, que importa muchísimo, y alude a lo que está en la Regla y Constituciones; “le pedí mucho que pusiese los ejercicios, aunque fuese hacer cestas o cualquier cosa..., porque adonde no hay estudio es cosa importantísima”. Recordando el primer encuentro con el P. Ambrosio Mariano, dice que, al mostrarle la Regla, le gustó mucho “en especial de vivir de la labor de sus manos”. Y añade: “yo estaba en lo mismo”.

Remite a San Pablo para evitar “pedir” y “ayudarse con la labor de sus manos” que “cada una procure trabajar para que coman las demás. Téngase en cuenta con lo que manda la Regla: que quien quisiere comer, que ha de trabajar; y con lo que decía san Pablo”. Hasta aconseja “contar lo que han ganado de sus manos..., para animarlas a agradecer a las que hicieren mucho”. “Este tener cuenta con la labor, dejado el provecho temporal, para todo aprovecha mucho”.

En la presentación de las beatas de Villanueva de la Jara destaca “el trabajo que tenían en ganar de comer, porque nunca quisieron pedir limosna”; “cada una trabajaba lo más que podía”. Hasta se recrea en el “estilo” de hilar de alguna monja, “según bracea”. También se hace eco en las cartas de las diversas labores de las comunidades. El trabajo está vinculado con la pobreza y la cuestión de fundar sus comunidades con renta o de pobreza.

2.5. Silencio-soledad

Dos términos muy próximos en significado. Con una clara tendencia a expresar vivencias del espíritu más que situaciones externas que, por supuesto, también recomiendan. En Juan de la Cruz, tanto el silencio como la soledad forman parte de un código lingüístico sumamente rico y esencial de su discurso espiritual. Lo señala ya el hecho de su emparejamiento con términos de densa significación: “recogimiento, silencio espiritual, desnudez y pobreza de espíritu”; “soledad y desnudez”; soledad y enajenamiento de todas las cosas”; “recogimiento y soledad”; “soledad y libertad y tranquilidad de espíritu”.

Muy frecuentemente encontramos estos términos en contexto de contemplación. La acción de Dios en la contemplación causa silencio del “discurso natural”, soledad y silencio contemplativo; “soledad y quietud de las potencias”. La contemplación introduce en “soledad sonora”. Soledad: presencia a Dios y soledad de todas las cosas.

Una atención especial merece la estrofa 35 de Cántico: En sentido negativo: Soledad como opción personal en que se quiso vivir. La define: “querer carecer por su Esposo de las cosas y bienes del mundo”. En sentido positivo: “quietud [en] en único y solitario amor del Esposo”. Soledad perfecta = perfecta unión, “sola y libre de otras afecciones”. En esta soledad sólo el Esposo “obra” y “la guía a Sí mismo”, “sin otro algún medio”. La soledad, “espacio” en el que realiza la unión con Dios.

Los dos doctores carmelitas hablan de la soledad penosa como una prueba muy fuerte de preparación para el matrimonio espiritual: “extremo de soledad”, “desierto y soledad”; experiencia de estar “crucificada entre el cielo y la tierra”; en la que nadie puede hacerle compañía, “como no fuese el que ama”. “Puesta alejadísima y remotísima de toda criatura”, “en una profundísima y anchísima soledad”, en un “inmenso desierto”.

Pero también ofrecen nuestros santos llamadas al silencio físico. Teresa se refiere al silencio “mayor” del que habla la Regla. En la tornera aprecia que “sea corta de razones [de pocas palabras]”, “es mucha virtud para porteras de estas casas”; “oír y responder”; “el mejor negociar es callar y hablar con Dios”. Juan de la Cruz nos ofrece un rico y sugerente florilegio sobre el silencio casi siempre en la relación fraterna en la vida comunitaria: “para ser religioso”; como fruto de un comportamiento adecuado. “El refrenar la lengua”, “se entiende no menos de la lengua interior que de la exterior”. Silencio respetuoso sobre la comunidad. Silencio comprensivo sobre lo negativo del prójimo. Abundantes llamadas a guardar “la lengua interior y exterior”; “Mejor es vencerse en la lengua que ayunar a pan y agua”.

2.6. Fraternidad

Principalmente Teresa ha destacado la fraternidad como rasgo caracterizante del carisma carmelitano, estrechamente también a la oración, con una misma pedagogía: la renovación del yo comunitario y orante: oración constructora de la comunidad; comunidad, escuela de oración. Fraternidad, iglesia doméstica, “espejo” de la comunidad eclesial. En resumen, personas adultas en relación con Dios y entre sí.

La conexión íntima entre oración-contemplación y fraternidad al servicio de la iglesia misionera, la captó lúcidamente Teresa desde el momento en que llegó a sus oídos la escisión protestante, como en enfrentamiento entre “letrados” y “espirituales”. De este signo de los tiempos arranca su propuesta de diálogo de éstos para que los primeros vitalicen su teología y los segundos teologicen su espiritualidad.

Y que el diálogo con Dios, la oración-contemplación -“los ojos en vuestro Esposo”—se convierta en el principio y en el horizonte de toda la labor misionera de la Iglesia. Dice el “coste” necesario para llegar a convertir en un “cielo” las comunidades que funda: “contentarse sólo de contentar a Dios y no hacer caso de contento propio”. De este modo, “estando encerradas peleamos por él”, predicamos con “obras”, miembros del “colegio de Cristo”. Marca con fuerza la dimensión teologal de la fraternidad, comunidad de Dios: “él nos escogió”, “el nos ha trajo” aquí”, “nos juntó aquí”, “él anda entre nosotras”, nos ha dado unos a otros como deudos”. Comunidad para: dimensión misionera: servir a la Iglesia; “vuestra conversación para provecho de las almas”, “para bien de la iglesia”. Sirviendo, se santifican, no se santifican para servir.

Y comunidades con un fuerte humanismo: “todas iguales han de ser iguales”, número restringido para fomentar las relaciones y el “estilo” de familia: “mientras más santas, más conversables con sus hermanas”, fuertes en la virtud y no “en el rigor”; alegres: “amiga soy de que se alegren”. Comunidades teresianas que irradian: “espejos de España” e imagen viva de la Iglesia primitiva.

Aunque el discurso sanjuanista es sobrio en este campo, su vida nos aparece luminosa y radicalmente comunitaria, generosamente consagrada a sus hermanas hasta en las más menudas circunstancias ordinarias. Pero nos ha dejado apuntes de sus querencias comunitarias. Desde el principio rector de la unidad de desarrollo del amor a Dios y a los hermanos, pasando por su aplicación en el corazón de la noche purificadora. Cautelas es un texto antológico para cimentar teologalmente la vida de la fraternidad. Pero su testimonio, en la hora de la verdad, vale por las páginas que no escribió: “Y adonde no hay amor, ponga amor y encontrará amor”. Colofón de su vida y de su doctrina, plenitud de sus “olvidos”: “Ame mucho a los que la contradicen y no le aman”.

2.7. Vida teologal (fe, esperanza, amor)

La sobria y densa referencia de la Regla a la vida teologal recibe espléndida iluminación en la obra sanjuanista. Como todos reconocen es el eje vertebral de su doctrina espiritual. Porque en las virtudes teologales encuentra respuesta a dos querencias profundas de su condición humana y de creyente: la necesidad de un purificación plena de su ser y de una unión de todo su ser personal con Dios trino. Fuera de la vida teologal no ve respuesta a estas dos esenciales, complementarias dimensiones de nuestra vocación humano-cristiana. Exigido este planteamiento por la vocación fundante de la vida humana: la unión, la participación de la vida de Dios. Siendo ésta “sobrenatural”, requiere “medios” sobrenaturales. Y “el único medio próximo de la unión con Dios es la fe, esperanza y amor”. Una realidad, las tres “andan en uno”. Nos dan y comunican al mismo Dios, infusiones divinas en acto, desde Dios, que nos capacitan para la respuesta. La gracia precede siempre al mandamiento, el don a la respuesta humana. “Es tanta la semejanza entre ella [la fe] y Dios, que no hay otra diferencia sino ser visto Dios o creído”. Todo peregrinaje de búsqueda, insatisfactorio siempre –“no saben decirme lo que quiero”- termina en la inmersión en la fe: se vuelve el alma “a la fe, como la que en sí encierra y encubre la figura y hermosura de su Amado”. “Fe fundada en Cristo”. Por eso, Juan de la Cruz nos hace trascender y sobrepasar todas las experiencias, hasta las ricas y auténticas, de Dios porque “no tienen que ver con Dios”: no son él. Sólo y siempre se produce el encuentro con Dios en fe. Un claro y relevante testimonio de su acompañamiento espiritual puede leerse en la carta 19: “sólo vivir en fe oscura y verdadera, y esperanza cierta y caridad entera”. ¿Por qué? Porque “hartas pruebas le tiene dadas Dios de que puede...”. La vida teologal es el vestido o disfraz, el traje del hombre nuevo.

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