jueves, septiembre 07, 2006

Ficha No 1 Vida de Sor Isabel de la Trinidad

Vida de Sor Isabel de la Trinidad

Mira


Hola amigo, bienvenido a este espacio con el que nos preparamos a celebrar un momento muy importante en nuestra vida y la de nuestros grupos: El 4to Festival de Artes. Esta vez, lo haremos de la mano de una gran figura del Carmelo: Sor Isabel de la Trinidad.
Es muy importante que para ir al Festival estemos preparados, tú sabes, que conozcamos a qué vamos y de la mano de quién vamos, para que todos podamos hablar un lenguaje común.

Así que ánimo, ponte las pilas, e inicia este recorrido del que estamos seguros vas a salir con un corazón mucho más dispuesto a descalzarse para entrar en la dinámica de abrirte a la experiencia de Dios y del hermano.



Actividad personal
  • Se les entrega a cada uno una hoja y esfero
  • En la hoja van a escribir sus datos biográficos:
  • Quién eres tú?
  • Dónde naciste?,
  • Quiénes son tus padres?
  • Cómo es tu aspecto físico, etc?

Piensa

Biografía

Todos tenemos una historia que nos ha ido marcando, que nos fue ha dado una personalidad. También Isabel de la Trinidad, nuestra Carmelita que durante este Festival nos acompañará, tuvo un origen que determinó de alguna manera su vida. Ahora te presentamos algunos datos para que conozcas la vida de nuestra amiga, para que puedas descubrir, cómo al igual que tú, ella fue llamada a la experiencia de vivir en amistad honda con Dios, a vivir desde lo profundo de su ser su camino y misión en la historia.
Era domingo, una mañana del día 18 de julio de 1880. En un barracón militar del campamento militar de Avor, cerca de Bourges, en Francia, vio la luz una niña: María Isabel Catez Rolland. Su padre era el capitán José Francisco Catez, de 48 años de edad. Su madre, María Rolland, era bastante más joven: cumpliría los 34 el mes de agosto. Era hija de militar, hija única. Mujer de fuerte carácter, un poco dominante y de una profunda religiosidad.

Cuando Isabel tiene dos años, la familia se instala en la ciudad de Dijon. Allí, el 20 de febrero de 1883 nacerá su única hermana: Margarita. Entre las dos habrá siempre una gran unión e intimidad. Además de hermanas, serán siempre amigas y confidentes, a pesar de tener un carácter bastante diferente.

Y es que, ya desde muy niña, Isabel demostró poseer un carácter fuerte y difícil: colérica e irritable, pero cariñosa y noble; se enfada y coge grandes rabietas, pero se arrepiente y pide perdón. El esfuerzo y la lucha por dominar su carácter será, en efecto, una constante en la vida de Isabel. De esta batalla acabará por salir victoriosa en su adolescencia.

Isabel conocerá pronto el sufrimiento, y éste será ya desde entonces un fiel compañero en el camino de su vida. Cuando Isabel tenía siete años, el 2 de octubre de 1887, muere su padre de un infarto. Tras la muerte del padre, la familia, −«el trío», como decía con gracia Isabel−, abandona la villa en la que vivía y se instala en una vivienda más humilde, en la segunda planta de una casa alquilada. Desde su nueva casa Isabel podía contemplar un edificio singular que acabaría siendo muy importante en su vida: el monasterio de las carmelitas descalzas.

Hacia los siete años Isabel recibe sus primeras enseñanzas: cultura general, gramática, literatura y, ya de joven, algo de inglés. A los ocho años, su madre la inscribe en el Conservatorio de Dijon. Y aquí sí que Isabel se siente a gusto y demuestra grandes cualidades: es realmente buena para la música, y sobresale especialmente por sus cualidades como pianista. La música ocupará a partir de entonces un lugar central en la formación y en la vida de Isabel: demostrará tener grandes cualidades interpretativas, que le auguran un futuro prometedor. Participa activamente en los conciertos que organiza el Conservatorio, recibiendo críticas muy elogiosas de la prensa local. A los trece años obtiene el primer premio de piano del Conservatorio, y un año después el «Premio de excelencia» que, por problemas de celos entre profesores, le fue injustamente arrebatado.

Y así va creciendo Isabel: la niña, la adolescente, la joven... Lleva una vida en apariencia muy normal. Una intensa vida familiar, con una relación afectiva muy fuerte con su madre y su hermana. También una intensa vida social: la familia tiene muchas y muy buenas amistades, Isabel también. Junto a su madre y hermana, hará frecuentes y largos viajes, especialmente en verano y preferentemente al Sur, de donde procedía la familia materna. Sus cartas de juventud nos han dejado testimonios hermosos de estos viajes, de cómo Isabel sabía disfrutar de la naturaleza, de cómo cuidaba con esmero sus amistades, de cómo participaba en las veladas familiares, en las que ella era con frecuencia el centro, sentada ante el piano, interpretando a sus compositores favoritos. Isabel va creciendo y convirtiéndose en una joven encantadora, con todas las cualidades necesarias para hacer un buen matrimonio y ser una feliz madre de familia y esposa.

Pero desde hacía tiempo a Isabel, por dentro, le pasaban cosas. Desde muy jovencita, desde que era casi una niña, Isabel estaba enamorada. Sí, Isabel estaba enamorada de Jesús. El 19 de abril de 1891 había recibido la primera comunión. Después de la ceremonia, su madre la llevó de visita al convento de las carmelitas. Allí la priora explicó a Isabel el significado de su nombre: «casa de Dios». Ella quedó profundamente emocionada: ¡Dios la habitaba! ¡Era lo mismo que había experimentado en aquella mañana, al comulgar! A partir de ese momento, el sentimiento de estar habitada por Dios se convertirá en algo cotidiano en su vida. Y junto a este sentimiento crecerá también su gran amor, su apasionado amor por Jesús.

Poco tiempo después su proyecto de vida se concreta en una palabra: ¡El Carmelo! Y a partir de ese momento, vivirá con el deseo y la ilusión de ser carmelita descalza. Su madre no comparte el sueño de Isabel: se opone firmemente a ese proyecto. En el corazón de Isabel se inició una lucha que durará varios años; una lucha entre el amor a su madre, a la que se siente muy unida, y el amor a su amado Jesús, que le pide la entrega total en el Carmelo.

En marzo de 1899, durante la gran misión que se estaba predicando en Dijon, y en la que Isabel participaba activamente, su madre le concede el permiso para ingresar en el Carmelo. Eso sí, ¡cuando tenga 21 años...! Todavía le faltaban dos. Ella vive este tiempo con una aparente normalidad: intensifica su vida social, continúa sus actividades en la parroquia, con la que colabora en el coro y en la catequesis, cuida su aspecto externo con exquisitez.... Por dentro Isabel vive una intensa experiencia del amor de Dios y desarrolla un fuerte sentido de la presencia en ella de la Trinidad; vive totalmente orientada hacia Jesús, su gran amor. Ama la oración y busca momentos de soledad para estar con su amado Jesús. Mientras espera entrar en el convento, vive ya en el mundo el espíritu del Carmelo.

Las semanas previas al ingreso en el Carmelo, previsto para el 2 de agosto de 1901, fueron especialmente dolorosas. Isabel sufre por tener que separarse de sus seres queridos; y sufre también porque les hace sufrir, especialmente a su madre. Pero la decisión está firmemente tomada y así, aquel viernes, de mañana, Isabel cumple por fin su sueño, tanto tiempo anhelado, de entrar en el Carmelo.

Isabel tomó el hábito el 8 de diciembre de ese mismo año, iniciando el noviciado. Los trece meses de noviciado fueron muy duros. Pasó por una auténtica noche de la fe. Pero en esta prueba aprendió a vivir de fe, a vivir el cielo en la fe, el cielo en la tierra. El 11 de enero de 1903 hizo su profesión religiosa: era ya una carmelita descalza.

Desde el retiro del Carmelo, Isabel no olvida a sus seres queridos. Vive con gran alegría el matrimonio de su hermana Margarita, el nacimiento de sus dos sobrinas: Isabel y Odette. Y desde el silencio del Carmelo estará muy cercana a su madre y a todas sus amistades, con las que mantendrá una fluida correspondencia, a través de la cual les comunicará y compartirá lo más hermoso de su vida en el Carmelo: su experiencia del Dios-Amor, del Dios Trinidad que la habita y en quien habita.

Desde el verano de 1903, Isabel tenía problemas con su salud: se cansaba mucho y tenía frecuentes problemas de estómago. Ella es fuerte, está acostumbrada a sufrir en silencio y calla: nadie se da cuenta. Pero a principios de 1905 la situación empeora: se siente agotada, sin fuerzas. Padecía la enfermedad de Addison, entonces incurable. Vivió su enfermedad con una gran intensidad espiritual: fue para ella el momento culminante de su identificación con Cristo. Ella se siente como la esposa que le acompaña al Calvario. En medio de sus terribles sufrimientos, Isabel sigue pendiente de todo el mundo. Será en estos últimos meses en la enfermería cuando Isabel escribea sus pequeños «tratados»: El cielo en la fe, los Últimos ejercicios; y será en estos últimos meses cuando salgan de su débil mano las más hermosas y sentidas cartas.

A finales de octubre, la enfermedad entra en su fase terminal: el 1º de noviembre comulga por última vez y entra en un estado de silencio casi absoluto. Las últimas palabras que se le oyeron pronunciar fueron: «Voy a la luz, al amor, a la vida». Y así, en silencio, partió Isabel hacia la Luz, hacia el Amor y hacia la Vida la madrugada del 9 de noviembre de 1906. Tenía tan sólo 26 años de edad.
Fue declarada Beata por el Papa Juan Pablo II el 25 de noviembre de 1984.

Un buen día y para un ejercicio de redacción, a Isabel le mandan hacer algo tan delicado como su propio retrato físico y moral; pero vence todo reparo y comienza su tarea. Aquí te presentamos lo que ella dijo de sí misma:

"Sin orgullo, yo creo que el conjunto de mi persona no es desagradable. Soy morena y -según dicen- algo crecidita para mi edad. Tengo ojos negros chispeantes, mis densas cejas me dan un aire severo. El resto de mi persona es insignificante. Mis lindos pies, podrían ganarme el remoquete de Isabel de los largos pies, como la reina Berta. Ese es mi retrato físico.
Y pasando al retrato moral, debo decir que tengo buen carácter. Soy alegre, y –debo confesarlo- un poco atolondrada. Tengo buen corazón.
De natural, soy coqueta. "Hay que serlo un poco" dicen. No soy perezosa: "sé que el trabajo hace feliz". Sin ser modelo de paciencia, generalmente sé dominarme. Tampoco guardo rencor.
He ahí mi retrato moral. Tengo mis defectos, y lo lamento y pocas cualidades. Espero adquirirlas. En fin, he terminado este deber realmente fastidioso. Estoy contenta de haberlo acabado" . Noviembre, 1894.

Atrévete

  • ¿Qué te pareció la descripción física y moral que Isabel hizo de sí misma?
  • Te invitamos a que ahora elabores tu propio retrato moral, pide a tu coordinador que te entregue hoja y esfero para que te retrates a ti mismo.
  • Una vez terminada la actividad, todos pondrán sus hojas en el piso, luego cada uno pasa y toma una hoja y la lee en público como si fuera él mismo.
  • Los demás intentarán adivinar de quién se trata.
  • Una vez leídos los retratos morales, cada uno se pega su hoja en la espalda y los demás le escriben alguna característica de su personalidad para completar el retrato
  • Cuando todos hayan terminado, se da un tiempo para que lean lo que sus compañeros escribieron.
  • Luego comparas tu retrato con el de Isabel y piensa qué te dice? A qué te invita?


Celebra

  • Nos congregamos en torno a una imagen de Isabel de la Trinidad y alrededor de ella, ponemos todos nuestros retratos morales.
  • Escuchamos el canto "Vida sin concierto"
  • Leemos el texto de "Pasó por este mundo haciendo el bien"
  • Se puede hacer oraciones espontáneas.
  • Al final rezamos juntos el Padre Nuestro.

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